martes, 30 de marzo de 2010

Redescubriendo Bogotá

Apenas a una hora de vuelo desde Quito está la capital de nuestro vecino del norte. Y aquí un dato a tener muy en cuenta: a Bogotá hay más vueltos diarios que lo que existen a Cuenca, la tercera ciudad del país.
¿Qué nos dice el dato? Qué existe un intensísimo flujo de ideas, negocios, personas, ejecutivos, profesionales que van y vienen. Las relaciones entre los dos países van mucho más allá del conflicto político-diplomático, que muchas veces se transforma en mediático. Del lado colombiano, más que nada. Dónde varios medios están alineados al Gobierno o para quienes el gobierno ecuatoriano es un gran enigma que no logran descifrar más allá de las relaciones con Chávez. En cambio, se debe reconocer que los medios ecuatorianos han actuado con mucha prudencia.
Sin embargo, la cercanía suele tener el efecto del árbol que no permite ver el bosque. Y menos aún ofrece la oportunidad de encontrar el corazón de la ciudad. El que late fuera de las zonas turísticas o los altos centros financieros y/o comerciales de cada urbe.
El corazón de Bogotá late muy fuerte, como corresponde a una gran metrópoli que contiene a ocho millones de seres humanos en su seno. Por ejemplo, la capital colombiana tiene un ventrículo cultural muy fuerte. De hecho, en esta ocasión fui para asistir al festival de cine, pero en el medio me crucé con un Bogotá culinario que vibra como pocos en Usaquén, un antiguo pueblo de los alrededores, tragado por la ciudad y reconvertido en un barrio de bohemia, restaurantes, feria de antigüedades con músicos, mimos y cuenteros.
El corazón de Bogotá es festivo en extremo y en este punto es imposible no mencionar a un sitio que únicamente puede existir en la capital de Colombia, Andrés Carne de Res que no se parece a nada que exista en otro rincón del planeta.
Se trata de la expresión máxima de una especie de barroco postmoderno, dónde a primera vista, todo parece estar caprichosamente y al azar, para luego descubrir que corresponde a un orden minucioso y detallado. Finalmente, el barroco es la realidad como representación. Y Bogotá como Quito son ciudades dónde el “ethos” barroco del que habla Bolívar Echeverría se realiza plenamente. Como en México. Como en Lima. Pero no en Buenos Aires y menos en Santiago.
De ahí que impresione la Catedral de Sal de Zipaquira, pero al mismo tiempo, uno siente cierta familiaridad, como si hubiéramos trasladado la Basílica quiteña al interior de una mina.
He querido compartir este descubrimiento de otra Bogotá con ustedes porque he viajado a esa ciudad varias veces desde hace muchos años, desde 1992 para ser precisos. Pero nunca me había tomado el tiempo de tratar de descubrirla realmente. ¿Y quieren saber una cosa? Realmente vale la pena darse esa oportunidad.